Hopepunk: cuando la bondad es rebeldía
«De bueno, tonto»
«De bueno, tonto», dicen. Pero no tienen razón.
Si el mundo es malvado, yo no seré malvado para adaptarme a él, sino que lucharé para que la bondad sea la regla, la norma, aquello que nos permita avanzar tanto como individuos como comunidad. Mi arma será el hopepunk.
«Pero ¿qué es el hopepunk?», os preguntaréis. Y sabéis lo que es, lo habéis visto miles de veces en multitud de obras, pero no se ha comenzado a nombrar hasta hace relativamente poco tiempo. Sin embargo, no adelantemos acontecimientos ni definiciones rápidas. Comencemos por el principio.
En Droids & Druids nos gusta lo raro; lo que está ahí, pero no se nombra; lo conocido y desconocido al mismo tiempo. Apostamos, en primer lugar, por el género de la fantaciencia: lo híbrido entre ciencia ficción y fantasía, aquello que alberga elementos fantásticos inverosímiles (fantasía) con elementos fantásticos verosímiles (ciencia ficción), dándoles suficiente peso a cada lado como para que la obra no pueda tenerse en pie sin una de sus dos fantásticas patas. De esa apuesta nació nuestra Antología de Fantaciencia, con relatos y poemas enmarcados bajo este género tan concreto. Luego llegó Puedes llamarme Espátula, nuestra primera novelette de fantaciencia, por Celia Corral-Vázquez; seguida muy de cerca de La Obsoletadora, segunda novelette de fantaciencia, esta vez de Alejandro Rodríguez.
Y entonces quisimos ir más allá y señalar al hopepunk, que llevaba acuñado desde 2017, pero seguía sin demasiado reconocimiento y mucho menos una definición precisa colectiva. Así que nos pusimos manos a la obra y decidimos investigar.
¿Qué es el hopepunk?
Se define el hopepunk como un subgénero de la ficción especulativa, caracterizado por una defensa de la bondad como un acto político y de rebelión. Sí, seguramente os surjan más preguntas que respuestas, por lo que vamos a desgranar el concepto poco a poco, centrándonos, además, en cada una de sus controversias ―que no son pocas―.
En primer lugar, el hopepunk surge, como bien indica Alexandra Rowland, quien acuñó el término en julio de 20171, como contrapuesta al género grimdark. Este subgénero de la ficción especulativa gira en torno a lo distópico, amoral o violento. El nombre proviene del lema de Warhammer 40.000: «In the grim darkness of the far future, there is only war» («En la siniestra oscuridad de un futuro lejano, solo hay guerra»). Adam Roberts, en Get Started in: Writing Science Fiction and Fantasy lo definió como «una ficción donde nadie es honorable y rige la ley del más fuerte» (2014: p. 42). MJ Ceruti, en su blog, añade: «Es literatura pesimista, violenta y oscura, protagonizada por antihéroes de moral ambigua […] los personajes con los que hemos creado lazos de empatía mueren, los combates, torturas y heridas se describen con detalle, y los finales son amargos o agridulces» (2018). Con estos datos, ya podemos recrear en nuestra mente un subgénero oscuro, con personajes que pisan o son pisados. «Homo homini lupus est», vaya. «El hombre es un lobo para el hombre».
Si el grimdark es un mundo hostil donde los personajes deben adaptarse a esta violencia con más violencia, ¿qué es el hopepunk? También es un mundo hostil y distópico, pero esta vez los personajes se empeñan con todas sus fuerzas en hacer lo correcto, en ser genuinamente bondadosos, en creer en las personas, en el bien, en cambiar el mundo y, sobre todo, no resignarse. Aceptar la violencia, la crudeza y la caída moral del ser humano significaría rendirse, y en el hopepunk no nos podemos rendir. La esperanza es lo último que se pierde y, de hacerlo, el hopepunk desaparecería por completo. Ahí entra el término hope, ahora seguiremos con lo punk.
Hopepunk como género
El término fue acuñado en la cuenta de Tumblr de le autore Alexandra Rowland, con un sencillo post que decía: «Lo contrario del grimdark es el hopepunk. Pásalo». A raíz de este post y la curiosidad de otres usuaries, Rowland comenzó a hablar sobre el propio término y explicarlo más a fondo.
El hopepunk se enmarca junto a otros subgéneros –punk: steampunk, cyberpunk, greenpunk, dieselpunk, silkpunk…, pero, a diferencia de estos, nuestro esperanzador género no acude a la forma, sino al contenido.
Steampunk se caracteriza por un mundo cuya tecnología ha evolucionado desde la máquina de vapor, siendo, de ese modo, una ciencia ficción especulativa que muestra tecnologías anacrónicas o invenciones futuristas imaginadas a partir de imaginarios con perspectiva victoriana. Cyberpunk, en cambio, las obras suelen reflejar conflictos relacionados con las inteligencias artificiales, megacorporaciones y hackers, dentro de un ambiente hiperfuturista con un bajo nivel de vida: un mundo hostil dominado por sistemas informáticos, corporaciones multinacionales y sistemas totalitarios.
Pero el hopepunk no trata de forma, no alude a la creación del mundo, sino al contenido, al mensaje, al tono, a la motivación de les protagonistas frente a sus distópicas circunstancias. Aquí llega la primera controversia del término: son muchas las personas reticentes a considerar esto como un género literario, sino que lo consideran más bien un tema transversal en la obra. Adam Turl, en su artículo «Against Hopepunk» afirma que la definición de este género es tan amplia y abarca tanto que puede quedar vacía de significado (2020).
No obstante, recordemos que los géneros literarios históricos son terriblemente difusos. Aristóteles, en su Poética, definió tres grandes géneros literarios: la Épica (que ahora podemos considerar narrativa), la Lírica (poesía) y la Dramática (teatro). Podríamos añadir también la Didáctica (ensayo), consiguiendo los cuatro grandes géneros literarios. Todos los subgéneros que partan de estos, todas estas distinciones como terror, comedia, novela histórica, policíaca, alta fantasía, romance, young adult, novela negra o steampunk, entre otras muchísimas, son solo etiquetas añadidas. La mayoría sirven únicamente para permitir catalogarlas en estantes de librerías, para recomendar según ciertos gustos o para hacerse hueco en revistas del género indicado. Y todo esto es, de nuevo, terriblemente difuso, absolutamente subjetivo. Por supuesto, ello no significa que podamos catalogar cualquier cosa como cualquier género. Permitidme explicarme. Consideremos que estos géneros tienen dos partes: un centro de denotación y una periferia de connotación. Un centro que define el género y una periferia algo ambigua, con límites no marcados que corresponden a concepciones individuales y/o colectivas. En palabras algo más claras: todes podemos definir, a grandes rasgos, un género, pero seguro que en cuanto rasquemos un poco, comenzamos a tener dudas, a decir unes que sí y otres que no, que esto sí y esto otro también, pero menos, no tanto, quizá sí, pero no estamos del todo de acuerdo. Los géneros son, a fin de cuentas, difusos. Y eso está genial, no hay nada malo en que una obra genere opiniones dispares, siempre y cuando nos contribuyamos de todas ellas.
Decía antes que estos subgéneros son etiquetas, pero creo que prefiero considerarlos imanes pegados en una nevera. Imaginemos la nevera de la saga La torre oscura, de Stephen King. Tenemos el imán que señala el terror en estos libros, pero también otro que refleja el humor, otro para el romance, uno que muestra fantasía y otro a su lado para la ciencia ficción, incluso otro imán bien grande para el género western. Ahora probemos con Carcoma, novela corta de Layla Martínez. Hallamos, de nuevo, el imán del terror, también otro para el costumbrismo, uno nuevo que muestra la ficción intimista, junto a la fantasía sobrenatural e incluso uno pequeño que nos recuerdo al realismo mágico, sin llegar a ser él, pero bastante influenciado por el mismo.
Y es que ¿quién en su sano juicio tendría una nevera con un único imán? Las obras son múltiples en este aspecto. Por ello, retomando el asunto a tratar, no hay nada malo en que el subgénero hopepunk gire en torno al mensaje y no al mundo, a diferencia de sus compañeros, porque estos no son rivales ni opuestos. Podemos hallar hopepunk en cyberpunk, steampunk, como también podemos hacerlo en novelas sin un ápice de fantasía u otras catalogadas como novela juvenil.
Relacionado con esta controversia, encontramos el hecho de que este subgénero abarca «demasiado», obras completamente distintas, de géneros dispares. Como El cuento de la criada, El señor de los anillos o Brooklyn 99. Pero ¿no tienen todas en común un mundo hostil ―con toda la ambigüedad que ello conlleva― y protagonistas rebelándose contra él a fuerza de esperanza, bondad y fe en los demás? Sí, la esperanza frente a la adversidad abarca un cielo entero, ¿no lo hace también el amor? ¿Acaso no somos capaces de catalogar una novela como romántica o añadir el término «romance» a otros muchos géneros dispares? De nuevo, los géneros son imanes que podemos pegar en una nevera, unos junto a otros.
La saga de El señor de los anillos está catalogada como fantasía épica o fantasía heroica, pero ¿significa esto que no pueda abarcar más? ¿Qué no podemos hallar retazos de hopepunk en ella?
Samsagaz Gamyi, en la película El señor de los anillos: Las dos torres, dice así:
―Ya no quiero seguir, Sam.
— Lo sé, es un horror. Por nosotros, ni siquiera estaríamos aquí, aunque así es. Es igual que en los grandes cuentos, mi señor Frodo, los cuentos que eran importantes, estaban llenos de oscuridad y peligro, a veces uno no querría saber el fin, porque ¿cómo podría ser un final feliz? ¿Cómo podría ser el mundo como antes cuando han pasado tantas cosas malas? Pero, al final, las sombras solo son transitorias, aún la oscuridad debe terminar. Vendrá un nuevo día, cuando el sol brille iluminará hasta la claridad. Esos eran los cuentos que permanecían, que tenían significado, aunque fuera demasiado pequeño para entender por qué. Pero, mi señor
Frodo, creo que sí lo entiendo, ahora lo sé, porque la gente en ellos tuvo ocasión de dar la vuelta y nunca lo hizo, siguió caminando porque tenía algo de lo cual aferrarse.
―Y nosotros, ¿a qué nos aferramos?
―A que el bien aún existe, lo sé, mi señor Frodo, y tenemos que defenderlo.
Lo punk del género
Ahora bien, ¿por qué punk? Lo punk es, por definición, contracultural, rebelde, protestante, manifestante, demandante. Lo punk es aquello que va contracorriente. En un mundo utópico, en una sociedad feliz y tranquila, caracterizada por el respeto, ¿existe el hopepunk? Por supuesto que no. El hopepunk debe existir en mundos hostiles, en mundos que gritan que pises a otres, que saques los dientes para luchar y te enfrentes a todes.Pero no, te niegas, y defiendes la bondad de la humanidad, te rebelas valiéndote de la esperanza y la fe en otres. Alzas la mano para acariciar y no para pegar, y aunque muchas veces la caricia no llegue a nada y te golpeen de vuelta, seguirás acariciando, intentando mejorar, intentando hacer ver a le otre que hay otra mejor opción. Y ahí está lo punk. En un mundo donde la violencia es la norma, el optimismo y la esperanza son pura rebeldía.
Pero no nos equivoquemos. El género hopepunk no tiene por qué ser complaciente o ingenuo, no tiene que estar vacío y ser tonto, ser sacrificado y sumiso. En la novela de Suzanne Collins, Los juegos del hambre, Katniss Everdeen se ofrece voluntaria para salvar a su hermana de una muerte casi segura, y en los propios juegos intenta proteger a Rue, canta en su lecho de muerte, llora su pérdida y, frente a decenas de cámaras que esperaban una matanza y un espectáculo de muerte, ella recoge flores para cubrirla en ellas. Tras esto, realiza el gesto de despedida y respeto del Distrito 12. Katniss está convirtiéndose en una figura del hopepunk: en un mundo hostil, se rebela con bondad y respeto, y es esto lo que inicia una revolución contra el gobierno opresor. No lo es el miedo, la impotencia o la venganza. La chispa que enciende la llama de la revolución es, en primer lugar, la bondad.
No necesariamente afirmo que la saga de Los juegos del hambre sea hopepunk, sino que este momento clave está empapado de él. Dejo esta cuestión de si la saga entra dentro del subgénero o no para otra ocasión, que no es para menos el debate.
Diréis: «¿Entonces cualquier obra de fantasía tradicional es hopepunk? Al fin y al cabo, los personajes buenos luchan contra los personajes malos gracias a sus virtudes en un mundo hostil, ¿no?». Aquí voy a dejar hablar a MJ Ceruti, desde su entrada «Palabras nuevas, viejas discusiones: del hopepunk al nu-metal»:
Las personas que criticaban la creación del hopepunk identificaban la famosa lucha entre el Bien y el Mal, en la que el Bien invariablemente gana, de la fantasía tradicional, con el optimismo. Y es optimismo, por supuesto; cualquier mensaje que nos diga que al final «todo saldrá bien» es optimista. Pero fijémonos más de cerca en esto. […]
Para empezar, el Bien es occidental […] La misma noción de «civilización» (que viene de civitas, ‘ciudad’ en latín) es occidental, pues asocia el bien, la justicia y la armonía a una sociedad ordenada sobre la base de las ciudades; las culturas nómadas, o basadas en estructuras tribales o clánicas, suelen ser esos «pueblos bárbaros» que viven en los márgenes del reino.
Lo cual nos lleva al siguiente punto: en la fantasía tradicional, el Bien está asociado al Orden (ese tipo de orden tan concreto que acabamos de ver). Esto se refleja en la manera en que se plantea la trama y se resuelven los conflictos: muchas veces el Viaje del Héroe consiste justamente en «restablecer el orden» o «devolver el equilibrio»; es decir, hacer que las cosas vuelvan a ser como antes. A ser como deberían ser. […] La introducción de cambios desencadena el caos, y el Caos es el Mal. (2018)
Si la fantasía tradicional es orden, el hopepunk es progreso. Las historias enmarcadas dentro de lo hopepunk no intentan volver al Bien caracterizado por el orden, por el equilibrio, por lo anterior, sino que luchan por crear nuevos valores: valores más humanos, más compasivos, más positivos, a fin de cuentas. Al fin y al cabo, lo tradicional suele descansar sobre estructuras de poder que, a poco que rasquemos sobre ellas, se tambalearán. El hopepunk nace en sociedades cuyas estructuras ya se han tambaleado y derrumbado, cuyos protagonistas escarban entre restos y luchan por ellos, pero los personajes protagonistas no buscan reconstruir estas viejas estructuras, sino construir unas nuevas, unas que permitan el avance desde donde nos encontramos, intentando no volver a caer en los valores que hicieron derrumbarse todo lo anterior.
En la película recientemente premiada** Everything Everywhere All at Once** la protagonista, Evelyn, debe luchar contra Jobu Tupaki, un ser caótico, nihilista, capaz de experimentar todos los universos al mismo tiempo y manipular la realidad a su antojo. Y las batallas son incontables, hasta que su marido, Waymond, altera toda su percepción con este maravilloso discurso:
Crees que soy débil, ¿no? Todos esos años atrás cuando nos enamoramos por primera vez, tu padre decía que era demasiado dulce para mi propio bien. Tal vez tenía razón. / ¡Por favor! ¡Por favor! ¿Podemos dejar de pelear? / Me dices que es un mundo cruel y que todos estamos dando vueltas en círculos. Ya sé eso. He estado en esta Tierra tantos días como tú. / Sé que todos ustedes están peleando porque están asustados y confundidos. Yo también estoy confundido. Todo el día. No sé qué demonios está pasando. Pero, de alguna manera, parece que todo esto es culpa mía.
/ Cuando elijo ver el lado bueno de las cosas, no estoy siendo ingenuo. Es estratégico y necesario. Es como he aprendido a sobrevivir a través de todo. / No lo sé. Lo único que sí sé es que tenemos que ser amables. Por favor, sean amables, especialmente cuando no sabemos lo que está pasando. / Sé que te ves como una luchadora. Bueno, yo también me veo como uno. Así es como yo lucho. 3 (2022)
(Las dos voces son el mismo personaje, Waymond, pero en distintos universos, dando discursos similares durante la misma escena).
Evelyn, entonces, sigue su consejo, y lucha esta vez no lastimando a quienes la rodean, sino brindándoles felicidad. El nihilismo se combate con empatía y esperanza, y hace falta mucho valor para decidir seguir adelante en lugar de resignarse y, sencillamente, desaparecer en el abismo.
Especialmente interesante este momento, cuando Evelyn abraza la bondad de su marido, que hasta ese momento ha considerado estupidez y debilidad, y leemos la palabra ‘PUNK’ en su chaqueta. Si esto no es hopepunk, que me entierren aquí mismo.
¡Si hasta tenemos hopepunk en obras como One Piece! ¿O acaso Luffy no es un ejemplo de bondad, y alegría en el mundo pirata, hostil por definición? Por supuesto, no quisiera hacer spoilers ―«a buenas horas, has hecho spoilers de varias obras ya»―, pero todes les que sigan la saga comprenderán por qué Luffy, protagonista indiscutible, es símbolo de libertad, alegría, risa, esperanza y optimismo. Y no hablo simplemente de sus formas o su personalidad, sino que es algo esencial en la trama y tiene una potente razón de ser.
Pero no solo hay hopepunk en fantasías y ficciones distópicas. Tenemos también la serie Fleabag, creada y escrita por Phoebe Waller-Bridge: una auténtica hopepunk. Porque el mundo de la protagonista, Fleabag, es hostil: un padre cobarde y ausente, una madre fallecida, una madrastra controladora y pasivo-agresiva, una hermana que la odia, un cuñado al que odia, su única amiga muerta y un espíritu absolutamente confundido. Lo tiene todo para desistir, para mandar a todo el mundo a la mierda, pero no lo hace. Llora, sufre, se derrumba, pero no lo hace. Sonríe e intenta hablar con su padre y apoyarle con su nueva pareja, se mantiene serena frente a su madrastra ―no siempre, el alcohol no ayuda con estas cosas, pero nadie dijo que el hopepunk fuera un camino perfecto y virtuoso―, así como también ayuda a su hermana en los momentos más difíciles. En el primer capítulo de la segunda temporada, tras un año sin hablarse con su familia, repudiada por su hermana incluso, se reúnen de nuevo para una cena familiar. Su hermana Claire, no obstante, sufre un aborto en el baño y Fleabag la insta a acudir al hospital. Nadie sabía que estaba embarazada y, cuando vuelven a la mesa, Claire se niega a irse y, sencillamente, se sienta y actúa como si nada ocurriera. Fleabag no quiere revelar lo que acaba de pasar, pues traicionaría a su hermana. Y, en este ambiente hostil, se rebela con bondad: finge que ha sufrido ella misma un aborto para que Claire la acompañe al hospital.
Fleabag no es perfecta, en absoluto, pero pese a que todo la inste a abandonar, a gritar y odiar, ella no lo hace. En el último capítulo de la segunda temporada, el personaje interpretado por Andrew Scott dice: «Y amar no es algo que hagan los débiles. Para ser un romántico hace falta mucha esperanza».
Diréis, quienes hayáis visto la serie, que no acaba del todo bien. Al menos, no es un final dulce. Y es que lo hopepunk no va de finales felices. Mahatma Gandhi dijo: «No hay camino hacia la paz, la paz es el camino». No es necesario un final feliz, tan solo un camino vertebrado en una genuina buena intención, sincera. A veces, ni siquiera es necesario un final. Dice Isabel González en su blog Distopía y Realismo Mágico:
En realidad, no hay final. En los libros de hopepunk el fin es solo la conclusión de una etapa, pero tienen que seguir luchando, si no ellos, los siguientes rebeldes. Porque esta fantasía optimista es continua rebelión ante la resignación, porque acepta que el mundo va a seguir teniendo sus hostilidades, pero a pesar de ello hay que seguir luchando para hacer de él un lugar mucho más amable.
Katniss Everdeen no es un ejemplo de pureza y de abnegación, y su obra no termina tampoco con una revolución justa. Tampoco Fleabag. Pero las dos son hopepunk. Eleanor Shellstrop, protagonista de la serie The Good Place, tampoco es perfecta, ¡literalmente la serie juega con su moralidad imperfecta, caótica y su comportamiento en absoluto humanitario! Pero la serie, poco a poco, avanza gracias a ella, a Chidi Anagonye, a Tahani Al-Jamil, a Jason Mendoza e incluso a Michael intentando ser mejores personas, intentando cambiar un sistema injusto y cruel, con esperanza, fe en que las cosas pueden ser mejores y una auténtica bondad ―no innata, sino trabajada―. Esto es verdadero hopepunk.
Entonces, ¿es un género o no?
Si me preguntáis si lo es, diré que sí. Pero si queréis responderme con que para vosotres no es un subgénero, sino un tema central o un mensaje… pues bien, hacedlo.
«¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa olería igual de dulce si tuviese cualquier otro nombre». Si no os sirve esta nomenclatura, olvidadla. Si no os termina de cundir, desechadla. Está genial. Pero si hay una sola persona a la que le sirva para leer obras de su gusto, para entender mejor cualquier mundo que se forme en su cabeza o para transportar todas esas ideas al papel, bien estará. Y si no, seguirá estando también bien, porque por suerte la literatura no es una ciencia exacta y lo mejor de ella es la cantidad de debates que genera. Dijo Unamuno en su prólogo de Vida de Don Quijote y Sancho que aquello que ha hecho a la Biblia un texto tan valioso han sido las distintas interpretaciones que se le ha dado a lo largo de la historia (1905). Jorge Luis Borges, por su parte, comparó la Biblia con el plumaje tornasolado de un pavo real: encerrando en sí un número infinito de sentidos, tantos como plumas, que embellecen al animal. Tanto Borges como Unamuno defendían la plurisignificación, la distinta respuesta ante una misma obra. Defendían, a fin de cuentas, a le receptore de una obra como parte activa en la misma, como parte del proceso de comunicación. La literatura no puede entenderse sin aquella persona que lee, interpreta, comprende, debate, se empapa de todo el proceso. He aquí un consejo de cosecha propia: guárdate de toda aquella persona que intente sentar cátedra estanca sobre un tema literario.
«De bueno, punk»
Ahora dejo el plural y me dirijo a ti, que lees este artículo. Quizá el hopepunk no sea un género para ti, o quizá sí, o quizá simplemente lo sea en parte. Y está bien. ¡Está genial, incluso! En un mundo hostil, repleto de debates violentos en Twitter acerca de mil y una controversias, quizá el camino sí sea el hopepunk, incluso fuera de las páginas de una obra artística. Hablemos, tomémonos una cerveza y comentemos la extensa periferia de connotación que tiene este género. Lo importante, a fin de cuentas, es que el debate sea respetuoso. Lo esencial, siempre, es que seamos personas honestas y bondadosas.
Quizá, hoy en día, el hopepunk sea más necesario que nunca. Por eso quizá se le ha dado nombre a algo que podría no haberlo tenido: por nuestra necesidad de encontrar un atisbo de esperanza en esta sociedad hostil ―económicamente hostil, socialmente hostil, culturalmente hostil, anónimamente hostil―.
«De bueno, tonto», no. «De bueno, punk».